A eso de las siete y algo me eché al hombro un ataúd, lo había hecho ya alguna vez pero ésta fue por placer, era un buen tipo, nos había hecho reír tanto tantas veces que a casi nadie se le hubiera ocurrido llorar. Lo arrastramos hasta el fondo del nicho como si escondiéramos en lo alto del armario los regalos de los Reyes Magos... y pesaba, su alma no había debido de irse. Era lógico.
1 comentario:
bonito.
tierno y bonito.
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