Que conste que no estoy en contra de las comuniones. Como tampoco me opongo a que los padres hagan a sus niños budistas. Imagínense la escena con los niños rapados :
-¿piojos en clase? –No, no, están de catequesis.
Pero estamos llegando ya a un punto que ¡la Madre del Amor Hermoso! ¿Dónde pone en la Biblia que un niño vestido de marinero con manchas de chocolate en los codos deba partir la tarta con un sable? Me dirán, “hombre, es que a su tía le emociona”. Cómo que le emociona ¿Pero no se dan cuenta que no llora por su sobrino sino porque ya no aguanta más los zapatos de tacón? Es que partir una Comtesa a lo rey Arturo tiene guasa…
Y es que las comuniones son desmesuradas, empezando por la misa: ¡una hora y 15 minutos! Yo pondría un descanso en la mitad, eso lo haría más llevadero y además el cura podría retirarse a la sacristía a analizar las estadísticas : 70% han cantado salmos, 34% bostezos, 79% persignaciones… como en el baloncesto pero sin animadoras medio en cueros y con calcetas. Además en el descanso las señoras podrían descalzarse de sus zapatos de tacón recién comprados dejándolos fuera del templo, como si fuera aquello una mezquita para Barbies, y un fisioterapeuta podría entrar a cambiarles rápidamente las tiritas de sus talones. Los hombres, por cierto, también agradecerían ese descanso para volver a abrocharse el cinturón del pantalón por debajo de la barriga (que es como se está a gusto, no nos engañemos). Ya digo, exagerado, exagerado. Ahora que, le preguntas al comulgante acerca de sus sensaciones y te dice que está contento por recibir el cuerpo auténtico del Señor, de beber su verdadera sangre y de haber derrotado al diablo atravesándolo con la espada divina. ¿Espada divina? ¿No será mejor derrotarlo con la de la tarta. En fin, que luego nos quejamos de los porros.